Un cuento para quienes están listos para soltar… y volar.

Había una vez un globo aerostático que soñaba con tocar el cielo. Su tela era fuerte, sus colores vivos, y su fuego interior lo mantenía caliente, lleno de energía para ascender.

Un día, decidió emprender un gran viaje, atravesar valles, lagos y montañas. Al principio, todo fue fácil: el viento soplaba suave, el sol lo acariciaba y el mundo se veía pequeño y hermoso desde las alturas.

Pero, tras muchas horas de vuelo, algo cambió. A lo lejos se alzaba una montaña enorme, tan alta que parecía rozar el cielo. El globo, que había ido perdiendo altura lentamente, se dio cuenta de que no iba a poder pasar por encima. Su cesta estaba llena: llevaba sacos de arena, herramientas, recuerdos, e incluso algunas piedras que había recogido en otras paradas, por si le servían luego.

El globo empezó a desesperarse. La montaña se acercaba. El viento no ayudaba. El fuego ardía más fuerte, pero no era suficiente.

Entonces, una pequeña voz dentro del globo —quizás el fuego, o quizás su propia alma— le susurró:

“Si quieres volar más alto… tendrás que soltar peso.”

Con el corazón encogido, empezó a dejar caer cosas: primero los sacos de arena, luego esas herramientas que llevaba “por si acaso”, después las piedras, los recuerdos pesados… uno a uno, fueron cayendo al vacío.

Y algo mágico pasó.
Por cada cosa que soltaba, subía un poco más.
Por cada peso que dejaba ir, sentía que recuperaba el control.

Cuando ya casi rozaba la montaña, soltó una última bolsa. Y justo en ese momento… el globo se elevó, suave pero decidido, y pasó por encima de la cima. Desde ahí, la vista era impresionante. El mundo era más claro. El aire, más ligero.
Y él… más libre.

Desde entonces, el globo entendió que volar alto no era cuestión solo de fuego, sino de saber qué cargas merecen quedarse, y cuáles hay que dejar caer para poder seguir el viaje.

🌄 Fin.